La Moji-rifa, la catarsis de Mauro y los instrumentos del Vaticano

Mauro, Miguel y yo tocábamos en una banda que organizó el profesor de música cuando estábamos en 8º o 9º. A cambio de prestarnos los instrumentos nos ponían a tocar en los actos cívicos, fiestas y otros bobadas que organizaba el colegio. La música era horrible, la mitad del repertorio era rock en español y la otra mitad, música para “planchar” y de los años 60s. La idea era mantener igual de contenta a la audiencia joven así como a los padres y profesores que asistían a los eventos.

En el repertorio de la época teníamos canciones de Maná, Enanitos Verdes, Ekhymosis y otras caspas que estaban de moda en Veracruz Estéreo. Pa’ los cuchos tocábamos La Gallinita Josefina, La Plaga y otros clásicos de esos, todos con la misma cadencia de acordes y pasajes aburridores.

Mauro en esa época tocaba teclados, Migue la batería y yo guitarra, la música no nos gustaba, pero estar en la banda era muy buena excusa para volarnos de vez en cuando de clase con el pretexto de ir a ensayar pa´l acto de día de madres o cualquier celebración que se les ocurriera a las directivas del Fray Rafael de la Serna.

Después de ensayos nos quedábamos gomoseando y tratábamos de tocar temas de bandas que si nos gustaban: Los Cadillacs, The Specials, Dos Minutos, Offspring… así nos dimos cuenta que montar nuestra propia banda era lo mas lógico.

Dejar la banda del colegio fue fácil, cuando nos pidieron que adicionáramos al repertorio algunas canciones para tocar en las misas, esas de: “Una espiga dorada por el sol…” y otras alabanzas para primeras comuniones o confirmaciones que hacían los Franciscanos, no lo dudamos dos veces.

A nosotros ya en décimo nos gustaba era el parche de las polas, salir por ahí con los amigos hasta tarde y no estar madrugando un domingo a cantar: “Santo, santo, santo dicen los querubines…” O nos poníamos un poco serios con el proyecto o terminaríamos de ¡monaguillos en la iglesia de San Benito!

Teníamos la idea y hasta el nombre de la banda, pero nos faltaba el bajista y un par de amplificadores.

El bajista fue fácil, le comentamos a Juan que también estudió en el colegio y ha sido amigo del parche toda la vida, él se entusiasmó y aunque no sabía tocar dijo que tenía ahorrados unos pesitos y que se podía comprar el bajo y ponerse a estudiar.

Los amplificadores por otro lado iba a ser cosa de odiseas y azares ¡organizamos una rifa!

Cada uno en la banda estaba encargado de vender cierta cantidad de boletas y según cálculos, solo con vender la mitad de las boletas nos daría para pagar el premio, comprar un amplificador de bajo y una consola para las voces y el teclado. Juan, Miguel y yo cumplimos pero estábamos muy enojados con Mauro porque no se puso las pilas y solo vendió un par de boletas, íbamos a perder o ganar muy poquito y parecía que todo el esfuerzo y ganas se quedarían en veremos.

Mauro que en esa época estaba dedicado a la meditación y a la catarsis, nos aseguró que él había visualizado poner los números en un lugar seguro y que todo iba a estar bien. En esa época tocaba creer más en la suerte que en los propios ideales. Llegó el día, las últimas tres cifras de la lotería de Medellín revelarían al ganador de la Moji-rifa y dictarían si la banda tenía futuro o estaba condenada a seguir dependiendo de los amplificadores e instrumentos “del Vaticano”… Todos pegados del televisor, una mano en el teléfono y la otra en la libreta con la lista de números de boletas vendidas. Cayó el 315, empezamos como locos a buscar quién vendió la boleta y quién era el ganador. Nada en mi lista, llamo a Migue y tampoco en su lista, llamamos a Juan y tampoco. El número cayó entre las boletas que el vago de Mauro no vendió.

Así fue como Mauro pasó a ser héroe de villano, gracias a su pereza o a su catarsis nadie se ganó el premio y nos quedamos con las ganancias de las boletas vendidas y del premio mayor, nos alcanzó pa´ comprar también un estante, un micrófono y forrar el cuarto con cajas de huevos de la minorista.

Lo demás es historia, pero de no ser por los curas Franciscanos, la convicción de Juan, Miguel y yo y los azares de Mauro ninguna de esas canciones de Mojiganga existirían.

Guillo.

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